Sobre el último día

Hace varios años, más exactamente en 1998, solía pasar mucho tiempo a solas en el patio de la escuela con una antología de poemas de Sabines en las manos. Una de esas veces la lectura (recuerdo perfectamente de qué poema) me hizo llorar. Se acercó a mí un compañero con el que nunca había hablado. "¿Por qué lloras?" Le dije que el poema me había puesto a pensar en mi primer amor, al que de la noche a la mañana había dejado de ver para siempre. Jesús, así se llamaba mi compañero, se sentó junto a mí y me dijo algo que no he podido olvidar: "El mundo nos pertenece Pola, vamos a estar vivos en el año dos mil, nuestra generación será recordada aunque sea solamente por eso. No llores, no hay ninguna razón para llorar". En octubre de ese año Jesús se mató en un accidente en la carretera. Iba manejando sin el cinturón puesto cuando perdió el control de su coche. Salió disparado por el parabrisas. No vivió en el año dos mil, y yo lo recuerdo solamente por eso. El día de su funeral sí lloré, y el imaginarlo a mi lado diciéndome que no había razón para llorar no pudo consolarme.

En ese entonces se suponía que tenía que aprender a manejar. Nunca pude hacerlo. Durante todos estos años le he dado la vuelta a todos aquellos quienes han querido enseñarme y he gastado dos veces en otra cosa dinero que mi papá me ha dado para comprarme un coche. Siempre he sido independiente y rebelde para muchas cosas y dependo de que me lleven de un lado a otro, una característica bastante bipolar de mi parte. Por eso ayer que fui a pedirle a mi papá que me llevara a la estación de camiones para volver de mis cortas vacaciones me propuso mejor traerme al D.F. en coche de madrugada. Le preocupaba que mi hermano y yo pasáramos varias horas en la carretera en un camión, pues el tráfico estaría imposible. A las cuatro y media de la mañana me despertó. Me serví un café en la cocina mientras mi hermano se sentaba en el puesto del copiloto. Venía inusualmente nerviosa en el camino, cosa que atribuí al doble espresso en ayunas y a lo poco que había descansado durante mis cortas vacaciones. Me acosté un rato y me quedé dormida, pero me despertó el frío que estaba haciendo. "Tengo frío" le dije a mi papá mientras me incorporaba y me ponía el cinturón de seguridad. No pasó ni un segundo completo entre el click del cinturón y el PUM que hizo la llanta al pasar nuestro coche encima de una llanta de trailer tirada en medio del carril de alta. Mi hermano se despertó, gritó y se golpeó la cabeza en un mismo esfuerzo. Mi papá logró llevarnos hasta el acotamiento donde los dos se bajaron del carro. Yo seguía teniendo frío. 

Mientras mi papá le contaba a dos policías que afortunadamente no había ningún herido yo me preguntaba si me hubiera ido en paz en el hipotético caso de que no me hubiera dado frío y hubiera salido disparada por el parabrisas. Sé que algunas personas opinarían que me hubiera ido debiéndoles algo, que Dios se los pague porque no pienso andar regresando a jalarles los pies. La verdad es que hoy hubiera muerto en paz. 

Tengo más amigos de los que puedo contar. Tengo una familia que ha logrado volver a unirse una y otra vez a pesar de todo, con quienes pasé estas cortas vacaciones. Tuve un gran amor, que se fue hace suficiente tiempo para haber llorado y superado ya mi ausencia. La última vez que vi al hombre que quiero le dije eso, que lo quiero. No hay nunca nadie esperándome en casa. Realmente soy una persona feliz, sin ninguna razón para llorar. Mi papá decía la verdad, en ese coche no había ningún herido. Aunque no intervino solamente la fortuna en el proceso para sanar todo lo que hasta hace poco tiempo me hacía llorar leyendo a Sabines. Además, siempre me quejo de que no puedo descansar. Me vendría bien un descansito eterno.

Por si los gusanos, aquí tienen las fotos de mis últimos días:

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