lunes, 16 de abril de 2012

Like a Circus on Parade: necesito las lágrimas.

William Finley en Phantom of the Paradise, de Brian de Palma

Esperaba a mi papá en un Sanborns, hojeando una revista de recetas, cuando un hombre se acercó a mí. Se le notaba nervioso. "Disculpa, ¿eres la hermana de Arturo?" Me sorprendió la ingenuidad de su pick up line, yo tenía solamente quince años y sabía perfectamente que lo único que buscaba era un pretexto para entablar conversación. "No" le dije, y le di la espalda, divertida. Sentía su mirada fija en mi blusa azul marino mientras daba de vueltas alrededor de la librería sin decidirse a darse por vencido. "Eres muy bonita" volvió al acecho. No lo era, y era lo suficientemente perspicaz para haberme dado ya cuenta. "¿la hermana de Arturo es bonita?" le dije para sorprenderlo. Se quedó mudo mientras le di la espalda una vez más, pero cuando me vio dejar la revista en su lugar se acercó de nuevo. Quería saber en qué universidad iba y si podía ir a buscarme ahí. Le contesté el nombre de un colegio. "No la conozco pero la encontraré, ¿en qué carrera estás?". "Es una secundaria señor, ahora por favor déjeme tranquila". La última palabra, la dije ya con un nudo en la garganta y me apresuré a irme a parar junto a mi hermano, quien andaba también por ahí y dicho sea de paso, no se llama Arturo.

Esta es una escena a la que me gusta viajar en la mente. Hay otras. Cuando a mi alrededor pasa o acaba de pasar algún acto violento pongo mi cuerpo en automático y busco en mi videoteca del inconsciente el VHS perfecto para escapar de la situación. Es como el cine, donde la incomodidad de la butaca o el dolor en las piernas dormidas no logran abstraerte de una historia, ajena, donde siempre he entendido que es el espectador el que está proyectando algo. 


Decidí estudiar cine cuando salió en salas Jurassic Park. Ya desde niña agarré la costumbre de rentar siempre las mismas películas, aunque las hubiera visto miles de veces. La Sirenita, Volver al futuro, El fantasma de Canterville, La Muerte le sienta bien... Siempre las historias de los que murieron pero no están muertos o de las vidas paralelas, en otro espacio, en otro tiempo que el propio. Aunque era una niña, era capaz de reconocer claramente la diferencia entre la ficción y la realidad, cualidad que fui perdiendo con el tiempo. 

Así, cuando a los dieciocho años vi por primera vez Phantom of the Paradise, Winslow no me pareció en absoluto un personaje ficticio. Al escucharlo cantar "Faust" supe que alguien en este mundo me entendía perfectamente, y me enamoré de él. "His name is not Winslow you crazy bitch. It's William Finley, he's an actor". Ben, mi compañero en la carrera, que finalmente fue Historia del Cine, se burlaba de mí todo el tiempo. De mi look de salope frigide y de mi incapacidad para retener nombres de actores y directores. Lo único que me importaba eran los personajes y las imágenes y juzgaba su calidad en la medida en la que lograran hacerme llorar. Al inicio de mis veintes, ayudada por el amor-odio desgastante y épico que vivía con Ben, dejé atrás el amor romántico por los hombres mitológicos.William Finley me dejó sin embargo la herencia de la debilidad por los miopes y por los pianos. Y muchas veces, al regresar de mis escapadas a mi subconsciente escuché una y otra vez el soundtrack de Phantom of the Paradise, que siempre garantizó las lágrimas necesarias para volver a la realidad de mi cuerpo carnal.

Hace una semana tuve un accidente en la carretera y ese mismo día les dije que me hubiera ido en paz. A menudo, el vivir una experiencia de cercanía con la muerte provoca unas grandes ganas de seguir viviendo, de cambiar lo que no va bien en nuestras vidas, de decirle a los seres amados que los amamos, etcétera. A mí me sucedió lo contrario y es que al momento de sentir el golpe, el grito que dio mi hermano no me permitió escapar a la escena en mi mente que yo hubiera escogido. De pronto me encontré en otro recuerdo, uno más viejo, más viejo que yo misma quizá, y que hacía muchísimos años había decidido olvidar. 

Había un jardín con un naranjo, pero no eran el naranjo ni el jardín de mi abuela. Había una mujer vieja, que no era ella tampoco. Ella tenía un sobrino rubio, alto. Ella murió. Yo fui a buscarla después de su muerte. El sobrino de ella hizo gritar a mi hermano.

"All the devils that disturbed me and the angels that defeated them somehow. Come together in me now..."

Cuando volví en mí, delante de una taza de té de guayaba y una gráfica de excel a la que mi jefa me pedía que le hiciera infinidad de cambios me pregunté si me encontraba por fin en el Infierno. Polanco se parece mucho a la idea que me hago de ese lugar. Al tercer día murió uno de mis tíos y asistí a su funeral imaginando, traviesa, que era el mío. Le compré agapandos, en honor a la calle en Pueblo Quieto donde vivieron mi madre y sus hermanos de niños. Mientras pagaba el arreglo pensaba en especificarle a mis primos que después de incinerarme y regar mis cenizas al pie del naranjo de casa de mi abuela, plantaran ahí agapandos. 

El viernes tuve que, como zombie, volver a caminar. El sábado incluso bebí, comí y besé como solo podía hacerlo de vuelta en mi cuerpo carnal. Fui al cine a ver una película tan hermosa que me hizo llorar. El domingo, habiendo casi olvidado mis impulsos suicidas, me conecté a Facebook a buscar alguna víctima para volver conmigo al cine y encontré en el muro de Cédric, un amigo de la época de la universidad, la noticia de que William Finley había muerto. 

No, no es que no quiera vivir sin un hombre desconocido en el que no había pensado en años. No es que no pueda nunca más ver su rostro ni escuchar su voz. Pero mientras Alejandro me contaba en el chat cómo dos hombres lo persiguieron con una navaja en la mano a lo largo de más de tres cuadras, puse el soundrtack de Phantom of the Paradise y me quise morir. 

"Estoy sola" le dije a mi amigo, respondiendo más a la película de mi inconsciente que a la conversación que estábamos teniendo. "No estás sola, estás quizá menos sola que antes". Sentí que intentaba darme un abrazo virtual. Me zafé de ese abrazo pues trato de no arriesgarme nunca a que la gente me diga "te quiero". Tenía que dormir, y ustedes, mis lectores imaginarios, saben bien que no sería fácil.

"All my dreams are gone and I can't sleep. And sleep alone could ease my mind. All my tears have dried and I can't weep. Old emotions, may them rest in peace. And dream, dream a bunch of friends, rest in peace, and dream, dream it never ends..."

Hoy leí en la página oficial de Edgar Wright la confirmación de la muerte de Finley. Curiosamente el sábado Wright le había escrito a Finley para decirle que era un gran fan suyo, quería agradecerle el haberse dado cuenta de las referencias que había hecho a Phantom of the Paradise en Scott Pilgrim. Esa misma tarde le contestó la esposa de Finley diciéndole que acababa de morir. Escuché una vez más el disco de la película y me fui a la iglesia a agradecer en voz alta por la vida de Alejandro y a reclamar por la mía en silencio. Ahora me voy al cine. En el cine Lido hay una librería donde no faltan los ilusos con pick up lines mediocres y divertidas y la función de las ocho es una película muy bella. Necesito las lágrimas. 


1 comentario:

  1. Siempre me conmueves, Pola. Otro abrazo anónimo virtual en la distancia.

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Pregunta, critica, opina... todo menos hacerme sentir que hablo sola. ¡Hey! zaz, creo que sí hablo sola...