sábado, 17 de marzo de 2012

Sobre la cabaña

Hace exactamente dos años que se colapsó la cabaña. Los recuerdos son muy confusos: yo me aferraba al candado de la puerta que daba a la azotea mientras Fabien y Francois me jalaban con todas sus fuerzas por los pies. Oihana le gritaba a Brazo para que les ayudara. Él llegó con un vaso de agua en la mano cuando ya me habían zafado del candado y me había colgado del barandal de la escalera. Al ver la cara de confusión del que entonces llamaba "mi hermano Brazo" se me partió el alma y me solté. Oihana preguntó dónde estaba Carlos mientras se agachaba para verificar si no me había lastimado.


Carlos fue el primero en llegar a vivir a la cabaña. Cuando por casualidad conocimos a Brazo estaba a punto de mudarse con él, y nos lo presentó para que nos diera los datos de la dueña del edificio, pues al parecer habían departamentos libres. A las pocas semanas de que nos mudamos, Oihana la novia de Brazo llegó de España para vivir con ellos, un poco después, con ellos también, llegó Francois.

A unos pasos de nuestra puerta, la de Fabien y la mía, estaba una escalera. Si la tomabas hacia arriba llegabas al departamento de Carlos y Brazo, si la tomabas hacia abajo salías a la calle, que llevaba a la cafetería donde los roles se confundían y pasábamos de ser amigos, vecinos y parejas a ser jefes, subjefes y empleados. Había al fondo otra escalera que subía hacia otros departamentos y seguía subiendo hacia la puerta de la azotea. De ahí me bajaron ese 17 de marzo cargando entre dos hombres fuertes para dejarme acostada en un sillón donde tendría que hablar con Fabien.

Mientras me explicaba que, aunque era él quien me dejaba, debía ser yo quien se fuera porque no lo aceptarían en ninguna parte con su maldito perro, yo solamente pensaba en la pregunta de Oihana. Cuando salí cargando una maleta con el vestido que me pondría al día siguiente en mi fiesta de cumpleaños, decidida a bajar la escalera para siempre, me topé con Carlos.

Al verme comprendió todo. Tomó mi maleta, me vio a los ojos y me dijo "Vamos a casa". Subimos entonces la escalera hacia el departamento donde Oihana, Francois y Brazo nos recibieron preocupados. No me perdono el haber olvidado por un largo tiempo que mis amigos velaron mi sueño toda la noche, turnándose, levantando la vista hacia la puerta cada que hacía algún ruido, como si pudiesen vigilar el candado de la azotea a través de las paredes.

A las doce de la noche se escucharon las mañanitas, los otros vecinos se habían reunido afuera de mi ventana y cantaban. Salieron al mismo tiempo Fabien y Carlos, los dos indicándoles con gestos violentos que se fueran (a lo que uno reaccionó corriendo hacia la escalera como si hubiera adivinado que era en verdad una situación peligrosa la que vivíamos). Ninguno de los dos buscó los ojos del otro, fue cobardemente que comenzó esta Iliada.

Anoche me desvelé reflexionando en todo esto y agradeciendo a la vida el haberme liberado de la cabaña. Y esta mañana de pronto, después de meses sin hablarnos, veo conectada Oihana y le pregunto cómo está. Había soñado con ella. Lo primero que me dijo fue que se separó de Brazo hace dos semanas y como un golpe, volví a ver ante mí la expresión confundida de aquel al que solía llamar hermano. "Hace mucho tiempo que mandé a chingar a su madre a Carlos", fue lo único que logré decir. El "Me alegro" de Oihana sonó en el chat al mismo tiempo que el "Coucou Pola" de Fabien. Ahí estábamos, cinco de seis, por lo menos virtualmente, de nuevo presentes.

He decidido dejar de llevar flores a la tumba de mi pasado. Por algo decidimos matarlo todos los involucrados. Platiqué con ambos lo suficiente para poder sacar a cuento cuanto les quise y luego me fui. Hace unos meses quizá hubiera después escrito a Brazo y marcado a una biblioteca para colgar segundos después de escuchar la voz de Carlos. Hoy no. Mañana es mi cumpleaños y dicen que la vida empieza a los treinta. Nadie se lleva al nacer recuerdos de su estancia en el vientre de su cabaña.

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