domingo, 25 de marzo de 2012

La ropa sucia se lava en casa


Esta casa no ha sido nunca mi casa. Fue de mi abuelo, luego de mis padres. Vivieron aquí mi hermana y mi sobrina. Yo también, durante nueve meses, pero nunca fue mi casa. Al llegar hace un año, derrotada, herida, mis padres me recibieron preocupados. Me dieron sustento, me dieron cariño, me dieron explicaciones que había esperado durante años, sin pedirme que explicara a mi vez el por qué había vuelto al nido. Pero nunca fue mi casa.


Me refugié para llorar mi divorcio en la misma recámara en la que había despertado a su lado el día de nuestra boda. Durante nueve meses lloré incontables lágrimas en esa pieza, a donde me retiraba después de haber pasado el mayor tiempo posible en la única parte de la casa que había colonizado: la cocina. Hasta el día en que tomé mi maleta rosa.

El D.F. siempre me había asustado pero estaba decidida a instalarme ahí para siempre. Me perdería en esa selva, no necesitaría volver. Abrí la maleta rosa en casa de L. y me sorprendí yo misma de lo que encontré dentro: un libro de ensayos, un delantal y un collar de perlas se perdían entre la ropa que había encontrado limpia al momento de salir. No quise llorar frente a ella y a la mañana siguiente decidí que me quedaría con D. Mi amiga me prestó un juego de sábanas y me acompañó hasta la puerta.

A D., como era de esperarse, no lo hizo muy feliz el tener que compartir su espacio conmigo. Pero lo hizo sin quejarse, con un buen humor forzado en el que adivinaba intentaba redimirse por las veces en que, hace más de diez años, había sido él quien me había hecho llorar. "El muerto y la visita a los tres días apestan" dijo tímidamente para explicar su ausencia en su propia cama a la hora de dormir. Sabía que no tenía a donde ir y conociendo mi naturaleza volátil, ni siquiera se atrevió a decir "arrimado": si me ofendía, terminaría durmiendo en el parque y hacía mucho frío. Me prestó un sweater cuando le anuncié que había encontrado una casa.

E. me trajo por mis cosas y, levantando la ceja, me detuvo de soltarme llorando cuando me explicaron que ya todo estaba en cajas, pues remodelarían la cocina. Me ayudó a instalarme en mi nueva recámara, en donde decidí que sería feliz desde el primer día. No habría siquiera pretextos para volver, aquí, dirigidos por mi padre, varios hombres tiraban ya el techo de la única parte de la casa que había sido mía. La transformarían por completo, mi fantasma se tropezaría con la mesa nueva y en los nuevos estantes nunca encontraría el azúcar ni los huevos. No había vuelta de hoja.

Incluso el insomnio dejó de ser recurrente. Todo era nuevo en mi nueva vida. Ni siquiera me explico cómo ni porqué de pronto, ayer, mientras ponía en mi maleta rosa la ropa que tenía que llevar a la lavandería, me solté a llorar. Me acosté temprano para no pensar.

Llevaba más de un año sin despertar dentro de un ropero en medio de la noche. No sé cómo logré entrar en el nuevo, que es muy pequeño, con todo y el teléfono con el que al parecer había estado twiteando medio dormida. Me pasé a la cama y dormí feliz, soñando que me enamoraba. Me sorprendí yo misma al ver caer una nueva lágrima sobre mi pan del desayuno. Tomé el teléfono y llamé a casa de mis padres. "No vayan a desayunar sin mí, espérenme, voy para allá". Dejé el pan húmedo sobre la mesa de noche. "Voy a llegar allá, voy a abrir la puerta con mi llave, voy a comer con los míos, voy a sentirme tranquila, todo va a estar bien".

Llegué aquí, abrí la puerta con mi llave y supe que los míos se habían ido a desayunar fuera al no ver la camioneta en la entrada. Aún así entré en cada pieza gritando "hola", corriendo, con la tristeza pisándome los talones. Me alcanzó para ponerme una navaja en el cuello cuando por fin abrí la puerta de la nueva cocina.

No pude ignorar su belleza mientras seguí de largo mi camino hacia el cuarto de lavado. Metí a la lavadora mi ropa, mi delantal, el sweater de D., las sábanas de L.. Volví a la cocina, seducida por la nueva mesa. No pude evitarlo, entre el nuevo fregadero y yo fue amor a primera vista. De inmediato busqué y encontré la cafetera, no hay mal sabor de boca que un buen espresso no pueda borrar. No importaba si no encontraba el azúcar, soy una veterana del trago amargo. Ahí estaban los huevos.

Cuando llegaron los míos me encontraron con el horno y la batidora prendidos y el delantal ya limpio listo para ensuciarse de nuevo. Gané una batalla más contra la tristeza aunque el insomnio siga derrotándome. Ya pasa de media noche, escribo desde la cocina. Después de que el último de mis primos me dio las buenas noches lloré de una buena vez todo lo que quise y luego me sentí tranquila. Mañana tendré que volver al D.F.. Lo haré con el corazón ligero, con las sábanas limpias.


3 comentarios:

  1. hola Pola soy Ale de Puebla la encargada del edif donde viviste merodeando por la red me encontre este blog y pues si no cabe duda que dejar el pasado es muy dificil pero nos cuesta trabajo entender que todo lo que nos pasa es parte de vivir es triste recordar amores, casas, libros,objetos pasados pero la respuesta no es olvidar el secreto es recordar los buenos momentos que pasamos con todo eso y solo recordar que somo un pequeño objeto en este universo de objetos innecesarios y que haci como nos hicieron daño nosotros hacemos daño aun sin saber que lo hacemos.
    que tengas un bonito dia y excelente inicio de semana

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  2. Vaya Pola, qué manera la tuya de escribir lo tuyo. Abrazo anónimo en la distancia.

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  3. Agradezco sus comentarios. Te recuerdo Ale, deberías de leer "sobre la Cabaña" que habla del edificio. Y esos abrazos anónimos llegan en buen momento...

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