lunes, 27 de febrero de 2012

No duermo luego no existo

Que preocupante es no saber a ciencia cierta si uno existe o no. Es más fácil delimitar los límites entre lo imaginario y lo real, que entre lo existente y lo inexistente. Mi amiga Daniela tenía una amiga imaginaria. Su amiga imaginaria no existía, pero no por eso le prodigaba menos cuidados e interés a su amistad que a la mía. Yo no le veía el interés a imaginar otras niñas, había muchas niñas en la escuela y casi todas éramos amigas de Daniela.


Por eso yo no tenía niñas imaginarias, sino dinosaurios. Casi siempre los tenía en su jaula, no me hubiera gustado que se comieran a mi familia. A veces me hubiera gustado que se comieran a las niñas de mi escuela con todo y la amiga imaginaria de Daniela. 

Hasta donde yo sabía, los dinosaurios no existían. La confusión empezó cuando me enteré de que habían existido. Se extinguieron. Les saqué el tema una tarde mientras les daba importantes cantidades de lechuga y carne imaginarias. Ninguno de ellos sabía por qué se había extinto. Nunca debí hacerlo. Se volvieron melancólicos, tristes. Tuve que dejar la jaula abierta y dejarlos irse. Uno volando, otro corriendo, otro con cuidado para no aplastar las flores del jardín. Afortunadamente, no se comieron a mi familia.

Los fantasmas no existen, hija. ¿Ni el de Canterville? No, ni ese. Era una lástima, me caía tan bien como Frankenstein. Frankenstein tampoco existe. Son personajes que unos autores imaginaron pero no existen. Dios existe. Ah caray. Dios existe en las mentes de las personas, en sus corazones, en el cielo y en todas partes. No porque no lo veamos o escuchemos significa que no esté ahí.

Hay por lo tanto cosas que vemos y escuchamos, como los fantasmas, que no debemos temer porque no existen. Hay otras como Frankenstein, que nunca existieron ni hicieron las cosas que leímos que hicieron.

Hay cosas como los dinosaurios y los abuelos, que existieron y dejaron de existir y no se convirtieron en fantasmas, ya que estos últimos no existen. Y está Dios, que siempre ha existido.

Las niñas no existían antes de que sus papás se casaran. Hay del tipo de niñas que existen, como Daniela, y las que no existen, como su amiga imaginaria. Cuando nos muramos, iremos con Dios, y seguiremos existiendo pero no seremos fantasmas. No seremos zombies tampoco aunque sigamos existiendo después de haber dejado de existir. Los zombies no existen. Seremos polvo, como éramos polvo, cuando dejemos de existir pero sigamos existiendo. Polvo inexistente.

Después de todas estas reflexiones llegué a la pregunta crucial y era si yo formaba parte de las cosas que existían o de las que no existían. A simple vista podía comprobar que tenía más en común con Frankenstein y el fantasma de Canterville que con las niñas de mi escuela. Ellas no siempre escuchaban cuando yo hablaba, ni jugaban a la máquina del tiempo cuando se los proponía. Me daban en suma el mismo trato que a la amiga imaginaria de Daniela.

Piensas, luego existes. No me convencía, las piedras existen y no piensan. La clave me la dio el caballero inexistente. Agilulfo no existía y por lo tanto, no podía dormir. Esa era la respuesta. La prueba contundente de mi inexistencia era mi insomnio.

Por eso me avoqué, como Agilulfo, a ser siempre sobresaliente en todo. La mejor en el ballet, en la música, en la natación, en la pintura. Algunas personas intuyen mi secreto y me niegan como a los fantasmas, para no temerme. Tarde o temprano todos llegan a la conclusión de que lo mejor es ignorarme como a ellos. Entonces me entra la melancolía, la tristeza, y me dan ganas de escaparme de mi jaula.

Si un día lo logro no prometo andar con cuidado para no pisar las flores. Mucho menos no comerme a mi familia.

3 comentarios:

  1. sólo lo leí al final para ver como se descomponía la idea, hay que trabajar más un texto antes de publicarlo.

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  2. Comerse a la familia es común, lo difícil será encontrar la puerta perfecta para escapar de la jaula...

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  3. Tienes razón, creo que como mi idea base es escribir las cosas que pienso cuando no puedo dormir, he cometido el error de publicarlo sin esperar a releer con una mirada ya más descansada por la mañana. Gracias por tu opinión.

    Eso me recordó a "mi familia y otros animales", jaja.

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